El Informe

31.10.2025

Por Rafel López Carrillo

"Informe que formula el capitán de Caballería Tomás L. C. sobre la convivencia realizada en el Reino Unido con el ejército británico". 

1.- Datos país: Reino Unido, centro: The Life Guards

 Localidad: Windsor.                                         

 Fechas: del 24-07-89 al 7-8-89 (15 días)

 Comisión: convivencia participante: capitán de Caballería

2.- Informe sobre la unidad.                                                                                                           Descripción y localización geográfica

"The Life Gards es un regimiento de Caballería que cumple dos funciones bien diferenciadas. De un lado, es una unidad operativa, constituyendo el elemento de reconocimiento de la V Brigada Aerotransportable del ejército británico; de otra parte, es una unidad ceremonial, junto con blues and royals, que pertenece a la Household División o Guardia Real….."


Así comenzaba el informe que el citado capitán entregó en la plana mayor de su regimiento, a la sazón RAC Farnesio 12, al regresar de una misión de intercambio con la Caballería del Reino Unido; la primera misión, para ser más exactos, de esas características en la pérfida Albión y había que quedar bien, según palabras de su coronel antes de partir. La cosa ya empezó torcida porque Tomás no sabía nada de inglés, nunca lo había estudiado; él era de francés y jamás había visitado un país anglosajón, con lo cual sus conocimientos de ese idioma eran nulos. Claro, sabía decir lo típico: love, flower, thank you y funk, pero poco más. Luego supo que su designación había sido un empeño personal del teniente coronel segundo jefe. Lo sorprendente es que nunca se habían llevado especialmente bien, incluso había arrestado a Tomás en cierta ocasión por un incidente en el bar de oficiales; algo sobre unos disparos a unas botellas, nada extraordinario por otra parte, ya que ese tipo de incidentes sucedían con alguna frecuencia en aquella unidad. Se trataba casi de una tradición. La cuestión es que, en una reunión de jefes para designar el candidato, el teniente coronel segundo jefe alegó que el elegido debía ser el capitán L C por su condición de más antiguo y porque había sido el enlace con el mayor Christofher A. durante su visita al regimiento. Si no sabía inglés, ese sería su problema, la antigüedad es un grado espetó inflexible y no hubo más que hablar.


"La parte operativa la constituye un regimiento de reconocimiento o ligero acorazado, aunque su entidad corresponde más bien a la de un grupo. Está ubicado en Windsor, alojado en "Combermere Barracks"

Su composición es la siguiente:

  • Mando y plana mayor de mando
  • Escuadrón de plana mayor
  • Tres (3) escuadrones de reconocimiento (dos de cadenas y uno de ruedas)
  • Unidad de mantenimiento"

Llegó a Cambermere Barracks a las cuatro de la tarde del lunes 24 de julio. Iba de civil, en manga corta, pero enseguida observó que todo el mundo, tanto tropa como mandos, vestían con chaqueta y corbata cuando abandonaban el acuartelamiento de paisano. Por supuesto todos le miraban con curiosidad y cierta desaprobación. En el control de acceso, le esperaba un sargento en traje de campaña. Masculló algo que no entendió, le cogió la maleta y se puso a caminar a buen paso hasta un edificio que parecía ser la residencia de oficiales. A partir de ahí, se sintió como un auténtico sordomudo; no lo había pensado antes de llegar, pero ahora lo experimentaba en toda su crudeza. No podía oír, porque no entendía absolutamente nada, ni podía hablar porque nadie le escucharía. Se tendría que limitar a intuir lo que torpemente se le indicaba, lo cual supondría, enseguida lo comprobó, un esfuerzo agotador. 

Una vez en su alojamiento, el suboficial, al percatarse que no le comprendía, le dijo por señas que debía vestirse de faena, él obedeció sin rechistar. El uniforme que traía era nuevo, sin estrenar, mimetizado, a diferencia del que usaba en su regimiento, que era de color azul marino para los escuadrones de carros. En Farnesio pensaron que quedaría mejor para este intercambio un uniforme de campaña más vistoso. Luego lo metieron en un Land Rover y lo trasladaron al campo de maniobras de Roaring Lion en Salisbury, donde llegaron al atardecer después de tres horas de traqueteo por carreteras secundarias, pistas de grava y caminos vecinales.


"La comisión ha tenido, por así decirlo, dos partes: una operativa y otra protocolaria. La primera duró cuatro días en los que conviví con la unidad durante unos ejercicios tácticos. Estos eran unas maniobras de la V Brigada Aerotransportable, planteándose como un tema de doble acción…."


Ya era de noche cuando entró en la tienda de mando del regimiento, una especie de choza en una vaguada, cubierta de mallas de camuflaje y ramas. Se sentía como un huérfano desamparado, a la intemperie, aunque supo disimularlo aceptablemente; había que aguantar el tipo. Allí estaba, gracias a Dios, el mayor Christopher A., su partener, con el que había trabado una buena amistad en Valladolid. Además, hablaba un poco de español trufado de portugués porque había sido agregado militar en Lisboa. Para Tomás, en esta coyuntura, era la mismísima encarnación de Cervantes. Se saludaron efusivamente, dentro de los cánones británicos, y le explicó que, durante las maniobras debía empotrarse en una unidad de reconocimiento; se movería en un Escorpion, un carro ligero de 10 toneladas. Sólo tendría función de observador, menos mal, y ocuparía el puesto del tirador, así tendría acceso a una escotilla. Aunque eso sería por la mañana, aquella noche podría dormir allí mismo, en la tienda de mando. Metido en un saco no consiguió pegar ojo, no hacía mas que pensar cómo se las arreglaría en medio de todo aquello, cómo encajaría en unos ejercicios tácticos de los que no tenía la mas mínima información, dentro de un tanque durante varios días, conviviendo con una tripulación con la que no podría comunicarse.


"La estimación de operatividad de los medios se puede considerar como media-alta debido a que su material acorazado (el carro de combate Escorpion esencialmente) posee una media de edad de 15 años, presentando abundantes problemas de mantenimiento, aun cuando estos suelen resolverse satisfactoriamente debido a un excelente equipo de 2º escalón."


Muy temprano, fue presentado al capitán al mando de la unidad de reconocimiento, un tipo seco al que se le notaba la contrariedad de llevar de paquete a un oficial extranjero que sólo le daría problemas, cuando tenía un millón de cosas más importantes en las que pensar. El jefe de carro, al que fue asignado, era un suboficial joven y sonriente que le indicó por donde debía subirse al "bicho"; el lado más accesible era la proa donde había un pequeño estribo. Pero Tomás quiso hacer un alarde de veteranía y atacó por la parte de la cadena como solía en los M47, con la diferencia que en estos apoyaba el pié en una rueda de rodaje mientras que en el Escorpion, al ser más bajito, quiso alzar la pierna hasta la parte alta de la cadena forzando un poco la postura. En ese momento, la costura del pantalón cedió y se abrió en canal como una sandía, desde el tiro hasta la bragueta, dejando expuesto el blanco del calzoncillo. Si Dios lo hubiera fulminado en aquel momento le habría hecho un favor, pero al parecer no estaba en sus planes. Quitando alguna risa reprimida, el comportamiento de la tripulación fue encomiable; enseguida, sacaron un pantalón de lluvia verde musgo que se puso encima del otro y que ya no se quitó en los cuatro días de maniobras.


"El campo de maniobras, de una extensión de 682 km2, sirve como área de entrenamiento a las escuelas del Arma Acorazada, Infantería y Artillería, que se encuentran situadas en sus proximidades. El supuesto táctico era el de reducir una cabeza de desembarco producida en una hipotética isla, representada por el propio campo de maniobras. La ejecución, que duró en total ocho días (yo estuve los últimos cuatro), en todo momento imbuida de un carácter totalmente realista, tanto desde el punto de vista táctico, como logístico."


Nuestro protagonista esperando, con el resto de la unidad, a ser aerotransportado
Nuestro protagonista esperando, con el resto de la unidad, a ser aerotransportado

Cuando no estás metido en la entraña de un ejercicio táctico, lo habitual es que todo se reduzca a largas paradas a cubierto, avances cortos y, repentinamente, algunos disparos largos y rápidos y el tedio de estar encajonado en un blindado horas y horas, incluso para comer unas míseras latas calentadas en el sistema de refrigeración. Como premio, algunos ratos durmiendo fuera del carro, nunca suficientes. Lo más entretenido, observar lo variopinto de los atuendos de las distintas unidades; lo más curioso, los gurkas, con aspecto de enanitos del bosque pero con fama de belicosos. Lo que estaba claro es que el ejército inglés sabía jugar a la guerra; no obstante, esta división, incluidos los Life Guards, habían combatido en Malvinas pocos años antes.

Al finalizar el ejercicio Tomás fue aerotransportado junto con su unidad a la base aérea de RAF Northolt cerca de Londres.


"La segunda fase, de carácter protocolario, que fue prolongada cuatro días más de lo previsto a petición de la unidad británica, transcurrió en Windsor con visitas a diferentes centros y unidades…."


El desayuno se servía en un amplio comedor; había café, té, tostadas y, por supuesto, beicon y huevos. Los oficiales entraban y salían sin horario establecido. Vestían según las circunstancias; los había de uniforme de paseo, otros iban de instrucción, de deporte e incluso con botas de montar. Algunos charlaban animadamente, pero la mayoría se dedicaban a leer los periódicos, de los que había una buena cantidad de ejemplares. Mientras, Tomás, con uniforme de verano, también de manga corta, se afanaba por pasar desapercibido y engullir todo lo que estuviera a su alcance, por ese síndrome del "lobo estepario" que te entra cuando no sabes donde ni cuando vas a volver a comer.

Christopher fue a recogerlo para dar una vuelta por el cuartel. Le enseñó los escuadrones, los simuladores de tiro, los talleres, donde había una actividad frenética, y los calabozos de la tropa. Allí iban a parar los arrestados, se les conducía marcando el paso y seguidos por un cabo o similar que iba pregonando el motivo del arresto, una vieja tradición del regimiento. 

Las faltas más graves, que no supusieran delitos penales, se castigaban con la degradación o incluso la expulsión de la unidad, algo muy doloroso para los soldados; suponía perder su trabajo y una tacha en su expediente a la hora de buscar empleo en la calle. Descubrió con sorpresa que la oficialidad no acudía a sus respectivos escuadrones a no ser que estuvieran de servicio. 

De la tropa y su instrucción se ocupaban los suboficiales bajo la supervisión del sargento mayor. Los oficiales solían tener un briefing con el jefe del regimiento en torno a las 11 de la mañana para repasar asuntos, comentar informes y decidir acciones futuras. Este día en concreto se habló de los resultados de las maniobras y de las cosas que no habían salido bien, todo en un ambiente bastante distendido y cordial. Tomás sacó la conclusión de que había dos realidades paralelas; dos mundos que convivían sin cruzarse, el de los suboficiales y tropa (other ranks) y el de los oficiales (offiicers), dos categorías separadas por un ancho río de reconocimiento y privilegios, a favor de los segundos, naturalmente.


"Sábado, 29 de julio: desplazamiento a Oxfor con un teniente del regimiento, antiguo alumno de la universidad, para visitar el New College y posteriormente a Eton visitando su histórico colegio."


En un deportivo rojo camino de Windsor
En un deportivo rojo camino de Windsor


El teniente R le esperaba a la puerta de la residencia en un deportivo rojo; otro teniente de servicio se puso la gorra con orejeras del conductor lo que fue motivo de chanzas y bromas por parte del resto de oficiales. Daba la impresión que se tratara de una actividad programada que R se tomaba con cierta resignación, algo así como me ha tocado pasear al guiri. Tomás, sonriente, se dejaba llevar, no le quedaba otra. La ventaja de ir en un coche descubierto es que el fragor del viento y el ruido del motor, unido al casco de copiloto, no permitía cruzar una sola palabra y eso era un auténtico descanso.


En la torre del New College
En la torre del New College


En Oxfor, se hicieron fotos y subieron a la torre del New College; fue todo un ascenso por una escalera de caracol interminable. Mereció la pena el esfuerzo, porque la panorámica era encantadora, con todos esos edificios góticos rodeados de bosques y verdes praderas. Luego aterrizaron en Eton. En el claustro del viejo colegio del siglo XV, donde se rememora a los etonianos ilustres, el teniente R, visiblemente emocionado, le mostró la inscripción en piedra en honor del teniente coronel Herbert Jones que había muerto heroicamente en Malvinas.


"La Residencia de Oficiales (Officer,s mess) está situada en el acuartelamiento. El alojamiento es de calidad y está bien atendido. El costo, por reciprocidad, ha sido muy económico, no cobrando las comidas."


No había duchas; eran bañeras un tanto vetustas, con esa marca de agua que indica hasta donde suelen llenarse. Lo mismo ocurría con las moquetas que cubrían el suelo, nunca vio que alguien las limpiara. Tomás comprobó que el sentido de la higiene que tenían estos ingleses era un tanto diferente al nuestro. Lo más embarazoso y peculiar eran las cenas. Estas se realizaban en un comedor pequeño con chimenea, muy adornado al estilo eduardiano, dentro de lo que un cuartel puede permitirse; siempre buscando esa atmósfera elitista que les distingue como oficiales de un regimiento muy asociado a la Corona. 

Los que asistían regularmente solían ser los oficiales solteros que vivían en la residencia, esencialmente tenientes jóvenes y algún capitán. Siempre se cenaba de gala; el oficial de servicio de uniforme ceremonial y el resto de riguroso esmoquin. A Tomás se lo había prestado su partener, jamás se le hubiera ocurrido tener que cargar con esa prenda en su equipaje. Lo sorprendente es que la gran y bruñida mesa de castaño en la que se cenaba estaba totalmente desnuda de cualquier tipo de mantelería, ni siquiera había servilletas. Eso sí, proliferaban en su centro todo tipo de ornamentos de plata, ya fueran figuras de jinetes, trofeos y bandejas conmemorativas. Había también una especie de tapetes individuales bajo cada plato; no utilizo el término "salvamantel", porque no había nada que salvar. Los cubiertos eran también de plata, obviamente. Servían dos soldados perfectamente uniformados con sus guantes blancos dirigidos por un cabo, todos muy circunspectos. En contraste, la comida era de lo más sencilla: pescado frito, pizza, curry, salchichas, algo de ensalada, etc. Todo eso sin servilletas claro. Se hablaba y reía mucho y el vino de burdeos circulaba con profusión. Tomás escuchaba y sonreía mientras, disimuladamente, se limpiaba las manos y la boca con un pañuelo después de ventilarse una mazorca de maíz asada. Al terminar la cena, se servía, para rematar la faena, en pequeñas copas de cristal tallado, un delicioso sherry procedente del Puerto de Santamaría, mientras se ofrecían cigarros dominicanos y cigarrillos turcos.


"Durante mi estancia en The Life Guards, me he sentido plenamente integrado en la vida de la unidad, no solamente desde el punto de vista militar, sino también en el aspecto social siendo acogido con gran naturalidad y cariño, fundamentalmente por parte de mi enlace, el mayor A."


Tomás entró en una floristería en Windsor, había visto en el escaparate un ramo que costaba cinco libras. El precio era adecuado, aunque el tamaño resultaba un tanto aparatoso, excesivo. Lo quería como obsequio para la esposa de Christopher, que le había invitado a cenar en su casa. Entró en la tienda y señaló el ramo en cuestión:

¡Flowers plese!

Good afternoon sir, an excellent choise. El tendero era un hombre de mediana edad que enseguida agarró el ramo y lo pasó al mostrador donde empezó a aderezarlo. Tomás intentó hacerle entender que lo quería más pequeño haciendo un significativo gesto con las dos manos, como si comprimiera un acordeón.

Four pounds, espetó el fulano. Tomás no entendía de qué iba aquello y volvió a repetir el gesto con las manos, quería un ramo más discreto.

Three pounds, soltó el florista. En aquel momento, Tomás se dio cuenta que aquel tipo pensaba que le estaba regateando el precio y cortó la subasta con un "ok".

Se llevaba un enorme ramo por el módico precio de tres libras. Acto seguido, el dueño entró en la trastienda y volvió a salir con una joven regordeta y sonrosada de unos 16 años que debía ser su hija. El padre la animó a que hablara y, aún más colorada si eso era posible, soltó en castellano: Aguahhh con gassss y todos aplaudieron. Parece ser que habían veraneado alguna vez en Benidorm.

Tomás apareció con el arbóreo ramo en casa de Christopher, un coqueto chalet de una pequeña urbanización cerca del cuartel, donde se alojaban los mandos casados del regimiento. La mujer, Alice, era muy simpática y afable, con un estilo menos ceremonioso de lo habitual por aquellos pagos; luego supo que era australiana. La velada transcurrió en una atmósfera de cercanía y amabilidad que Tomás agradeció sinceramente después de una semana de aislamiento. Los dos bebieron profusamente, mientras Christopher contaba sus andanzas en Valladolid, durante su visita a Farnesio, en inglés para su mujer y en "portuñol" para Tomás. Cómo lo habían alojado en el hotel Felipe IV y designado un coche oficial con chofer, todo gracias a las gestiones de Tomás, insistió ante su coronel por eso de dejar alto el pabellón. Cuando terminó la visita, los dos varones tenían tal curda, que obligó a Alice a acercar en coche al invitado a su alojamiento. En el control de entrada, cuando el suboficial de guardia saludó cortesmente a la conductora, esta le hizo, entre risas, un comentario que Tomás entendió en cierto modo; había captado la expresión "taxi driver" y supuso que Alice venía a decirle al sargento, con cierta ironía, que iba de taxista.


"Sábado 29 de julio: Por la mañana visita a la "feria" de reclutamiento en Romfor. Posteriormente, en Londres, asistencia al espectáculo militar The Royal Tournament."


El ejército como espectáculo. Una de las facetas más curiosas para Tomás, durante su convivencia con los militares británicos, y eso que ya había vivido algunas, fue la presencia de sus uniformados en la vida social de los ingleses, algo impensable en España. 

Un ejemplo de ello fue la visita que hicieron a una especie de feria de reclutamiento en los alrededores de la localidad de Romfor, cerca de Londres. Allí, en una campa llena de casetas, las distintas unidades militares de la zona ofrecían sus ofertas de empleo con ánimo de atraer a jóvenes que quisieran servir en sus filas. Familias enteras pululaban por entre las barracas de los regimientos, donde también se veían puestos de comida y algunas atracciones. Había un gran despliegue de material militar: blindados, artillería, vehículos de transporte, etc. Los tenderetes, como si fuera un mercadillo, eran atendidos por los suboficiales de alistamiento, ayudados por soldados que lucían los distintos uniformes de la unidad en cuestión. En el estand de Life Gards, además de los tanques de cadenas y ruedas y demás material bélico, había un pequeño retén de jinetes de la guardia real vestidos de gala, que realizaban exhibiciones con sus caballos. Christopher le comentó que ese tipo de "recruitment fair" era una costumbre muy arraigada, desde que se instauraran las unidades permanentes a mediados del siglo XVII, donde cada regimiento tiene que hacer su propia leva.

Exhibición ecuestre en la “recruiment fair”
Exhibición ecuestre en la “recruiment fair”

Ese mismo día, ya por la tarde, asistieron a un espectáculo llamado The Royal Tournament en el Olympia London, evento que se organizaba anualmente en Londres por las fuerzas armadas desde 1880. Aquel enorme pabellón estaba a rebosar de gente para ver una competición entre bandas de música militares, vistosos desfiles de distintas unidades y competiciones de habilidad con armas o de la afamada Royal Horse Artillery. Un montón de militares haciendo una demostración, que tenía más de circense que otra cosa. Para la mentalidad de Tomás aquello resultaba extraordinariamente chocante.


"Lunes 31 de julio: visita e inspección del cambio de guardia.

Martes 1 de agosto: visita al castillo de Windsor y las cuadras reales. Asistencia a la final del campeonato de polo entre regimientos."


Hubo varios días de caballos. Un paseo con Christopher por los alrededores del castillo de Windsor, vestidos con casqué, chaqueta de montar y corbata. Tomás montaba una yegüita alazana llamada Oleander, que era la que solía utilizar la princesa de Gales cuando recibía clases de equitación en el picadero del regimiento. Tomás se envalentonó e intentó saltar un tronco, pero un reúse en seco casi lo saca por las orejas. Se quedó sentado en el cuello totalmente a merced del animal, en una posición tan comprometida como extravagante, menos mal que la yegua era noble y no se movió. Trabajosamente recuperó el asiento mientras maldecía contra sí mismo por exponerse a otro ridículo episodio. Quedaba claro que aquel penco no saltaba la raya de un lápiz. En otra ocasión, esta vez de uniforme, después de visitar las dependencias del escuadrón de honores en Knigtsbridge Barracks, cerca de Buckingham, salió a pasear a caballo por Hyde Park acompañado por el capitán al mando. Su montura era un enorme caballo negro de la escolta, los Cavalry Blacks, que le resultó, acostumbrado a los pura sangre de carreras repescados de hipódromo que solía montar en Valladolid, de una extrema docilidad rayana en la mansedumbre. Echó en falta sus espuelas.

Lady Di con el trofeo de polo
Lady Di con el trofeo de polo

El siguiente episodio ecuestre fue un partido de polo; la final del campeonato militar entre los regimientos The Life Gards y Royal Hussars. Durante el intermedio, cuando tradicionalmente los espectadores a pie de campo se lanzan a reponer las chuletas del césped levantadas por los caballos con bastones, paraguas e incluso con los pies, ocurrió que el coronel honorario de Life Gards, un duque de la alta nobleza entrado en años y muy simpático, que hablaba un español aceptable, le presentó a la coronela honoraria de los húsares, que resultó ser Lady Di. Tomás, muy ceremonioso, le besó la mano ante la sorpresa de la princesa que exclamó: ¡Oh, spanish gentleman! Ambos se pusieron colorados mientras el duque aplaudía divertido. Tiempo después supo, por una revista del corazón en la sala de espera del dentista, que el capitán del equipo de Life Gards, quien le daba las clases de hípica, era en esa época su amante. El llamado síndrome del profesor de equitación.


"Miércoles, 2 de agosto: Por la mañana visita al Royal Armored Corps Centre en Bovington, y a la Real Academia Militar de Sandhurst. Por la tarde presentación en la Embajada de España y en la Agregaduría Militar."


La agenda estaba resultando agobiante y Tomás le pidió a Christopher un día en blanco para relajarse y darse una vuelta por Londres a su aire. Todo después del ajetreado miércoles, en el que visitó muy temprano el Real Cuerpo Blindado, donde se instruyen todos los efectivos que van destinados a unidades acorazadas del ejército; además, la Academia Militar de Sandhurst, haciendo un recorrido, casi a la carrera, de su zona noble y su museo.

 Luego en Londres, previo cambio de atuendo de uniforme a paisano, almorzó en un pub con el agregado militar español, que le contó sus cuitas; también saludó al embajador, que le hizo un pequeño interrogatorio. Al final de la jornada, Tomás estaba absolutamente agotado. Aquello era peor que las maniobras de Salisbury.

Así el jueves, Christopher le proporcionó un coche de alquiler conducido por un soldado de paisano que le llevó al barrio de Portobello. Quería comprar algún detalle para llevar a casa. Después lo acercó a la Torre de Londres, donde no había prácticamente nadie. Uno de los "beefeaters", al enterarse que era un capitán extranjero, se ofreció a enseñarle todo aquello. Tomás no entendió gran cosa de sus explicaciones, pero el recorrido fue bastante ilustrativo. Lo que más le llamó la atención fue una armadura del XVI de un tamaño descomunal, sin duda debió pertenecer a una especie de gigante. A medio día Tomás invitó a comer al chofer que le llevó a un Burger King en Kensington donde se pusieron morados a base de whopper, patatas fritas, goat bombs y demás porquerías. Ya por la tarde y en el mismo barrio, visitó el imponente Museo de Historia Natural, imponente en todos los sentidos, imponente la fachada con esas dos torres que custodian la entrada, imponentes las galerías de una altura considerable e imponente la colección de esqueletos de dinosaurios. Regresó al cuartel contento y relajado, se acostó y no bajó a cenar, no tenía ganas de ponerse el esmoquin.


"Viernes, 4 de agosto: viaje a Edimburgo. Visita al cuartel general de la División Escocesa.

Sábado, 5 de agosto: gira turística por el este de Escocia. Regreso a Winsord."


El avión de British Airways iba vacío, tan sólo la tripulación y dos pasajeros, el teniente O y Tomás, algo que le llamó la atención; llegó a pensar que se trataba de un vuelo privado aunque eso sería altamente improbable. Lo más seguro es que, partiendo del aeropuerto de Luton, fuera una ruta regional, quizá subvencionada, para mantener el enlace entre las dos capitales a pesar de la poca ocupación. No dejaba de ser significativo que un puente aéreo entre Londres y Edimburgo apenas tuviera demanda.

El teniente O, de apellido aristocrático, era el tipo más engreído, por no decir estúpido, del cuerpo de oficiales de Life Guards. Tomás no sabía inglés, pero podía distinguir esa forma peculiar de hablar que tienen las clases altas; una especie de tartamudeo y de frases entrecortadas que los snob intentan imitar. Pues bien, en el teniente O. era absolutamente genuino. Durante las cenas, de rigurosa etiqueta, O. solía vestir un esmoquin de terciopelo negro con pajarita de color verde oscuro, acompañado de un pañuelo de flores que sobresalía a borbotones del bolsillo superior. Cuando intervenía en la conversación, cosa que ocurría raras veces, sus compañeros no le prestaban la menor atención, hecho que no parecía incomodarle. Tomás empezó a sospechar que las observaciones de O. debían ser, cuanto menos, absurdas si no delirantes.

En el viaje vestía un traje de cuadros y una camisa, que, cuando se deshizo de la chaqueta, vio que estaba formada, en sus distintas piezas, por telas a rayas de diferentes colores. La verdad sea dicha, no quedaba nada mal; tenía ese toque entre distinguido y extravagante que tanto gusta a los ingleses de alcurnia. En cuanto llegaron a Edimburgo, dejó a Tomás en el Castillo, donde hay una residencia para generales en la que se alojaba, y desapareció no se sabe dónde. Tomás lo agradeció; la verdad es que no tenían nada que decirse y la empatía era nula. Desde luego, no hubo visita al Cuartel General de la División Escocesa como estaba programado, no fue a recogerlo a la hora convenida; estaba claro que O. hacía de su capa un sayo. A Tomás tampoco le importó, así tendría lo que quedaba de mañana y toda la tarde para darse una vuelta por la ciudad. Durante el vuelo había escrito una carta a Sara y quería buscar una oficina de correos para sellarla. La palabra clave era "post office" y supuso que sería fácil. Nada más lejos de la realidad. Debió preguntar a media docena de transeúntes pero nadie parecía entender lo que pedía. A punto de tirar la toalla un guardia urbano, quizá más acostumbrado al mal ingles de los turistas, adivinó la solicitud y le indicó donde debía timbrar la carta, después de soltar un Ahhhh, passsahhffffe.


Rembrand, autorretrato
Rembrand, autorretrato

Almorzó "fish and chips" en un pub y luego se acercó a la National Galery of Scotland. Allí fue donde descubrió, entre montones de cuadros, un pequeño autorretrato que le deslumbró. Se trataba de una pintura de pequeño formato, cuarenta por cincuenta centímetros más o menos, incluyendo el marco. Era uno de los muchos autorretratos que Rembrandt se hizo a lo largo de su vida. Este, en concreto, reflejaba el rostro castigado de un hombre de unos cincuenta años, con manchas en la cara y una nariz deformada, cuyos ojos le miraban fijamente y le hablaban de la decepción de una vida dura y procelosa. Tomás se pasó media hora delante de aquel pequeño cuadro como hipnotizado. Salió del museo y el día había cambiado radicalmente, estaba emocionado y a la vez afligido. Menos mal que aquellos sentimientos se disiparon a la hora de cenar, cuando le pusieron por delante, en una taberna, un buen plato de "haggis", una especie de embutido a base de callos de cordero, cebolla y avena.

en algún lugar de Edimburgo
en algún lugar de Edimburgo

En el Castillo de Edimburgo se desayunaba de uniforme. La sala era relativamente pequeña, parecía un decorado medieval, con reposteros y alguna armadura aquí y allá. Eran mesas de cuatro, media docena más o menos. Todos los comensales eran oficiales de alta graduación, algunos en activo y otros, por el aspecto, retirados del servicio. El más joven, con diferencia, era Tomás que, un poco cohibido aunque ya con cierta desenvoltura, se dirigió directamente al mostrador de las viandas para confeccionar su plato; en ese momento, un almirante le hizo señas para que se sentase en su mesa. El almirante T. sabía algo de español y había identificado el uniforme de Tomás. Muy jovial le contó que solía veranear en Fuengirola donde tenía una casa. España país de vacaciones.

Abadía de  Arbroath
Abadía de Arbroath

Tomás estaba acostumbrado a las sensaciones fuertes, a pasar miedo. Era paracaidista desde los dieciséis años, corría concursos de saltos y de cros country con obstáculos descomunales que no se caen porque están fijos y donde es muy probable romperse la crisma. Pues bien, nunca lo había pasado peor que aquella mañana rumbo a Dundee en el coche de alquiler que conducía el teniente O. Creo que imaginaba que estaba en el Paría-Dakar, circulando por aquellas estrechas carreteras costeras del este de Escocia, donde apenas caben dos coches. Iba apurando las marchas al máximo, derrapando en las curvas en rasante, con una media sonrisa en la boca. Tomás aguantó el tirón, qué podía hacer. Todo para ver pequeñas lomas cubiertas de pastizales; el país está prácticamente deforestado porque se talaron sus bosques para construir barcos, y ruinas; la mayoría de las iglesias y monasterios fueron incendiados en el XVI durante la reforma calvinista. Pararon en la abadía de Arbroath, que debió ser una imponente escombrera de la que, durante siglos, los lugareños habían sacado piedra para construir sus casas y donde todavía se adivinaba su iglesia, con una de sus torres de una altura notable aún en pie, fiel testigo de la demolición. El resto de las estancias conventuales estaban desparramadas a lo largo y ancho de una considerable extensión, lo que dejaba intuir que se trató de un cenobio muy importante en su tiempo. A O. todo aquello parecía aburrirle soberanamente. Almorzaron, ya de regreso, en una taberna cerca del pequeño puerto de Monifieth. En la carta no había un solo plato de pescado.


"Domingo, 6 de agosto: despedida del regimiento.

Lunes 7 de agosto: regreso a España."


Había mucho trajín porque desde hacía un par de días estaban empaquetando "la plata y la vajilla" del regimiento. Se iban a Alemania a relevar por un año a su unidad melliza, como solían llamarlos, los Blues and Royal. Los unían y los separaban un montón de cosas. Eran la otra mitad de la guardia a caballo de su majestad, unos de rojo y los otros de azul; sus respectivas plantillas y organización táctica eran idénticas. Pero a la vez se trataba de dos regimientos con historiales muy diferentes, entre los que había una gran rivalidad. Lo más delicado es que también compartían los acuartelamientos, incluido el material acorazado que no se movía, tanto en Winsord como en la alemana Paderborn. La mayoría de las cosas se quedarían tal cual en Cambermere Barracks. Según le contó Christopher, las comisiones aposentadoras de ambas unidades hacían un riguroso escrutinio de lo que se dejaba y cómo se dejaba en cada base.

Fue una sorpresa. Todos los oficiales del regimiento le esperaban en la sala de estar de la residencia para despedirlo. Lo más sorprendente es que Tomás, después de que el teniente coronel jefe soltara un pequeño discurso, se arrancó en inglés con unas cuantas palabras de agradecimiento que todo el mundo pareció entender, mientras entregaba una metopa de Farnesio que fue correspondida por otra de Life Guards. Lo que es la inmersión lingüística a frotamiento duro.


"Considero la convivencia de gran interés debido a cuatro razones fundamentales:

  • Conocimiento de un ejército con doctrina y procedimientos distintos, con una experiencia permanente en conflictos armados hasta nuestros días.

  • Comprobación de unos métodos de instrucción sencillos y económicos pero altamente eficaces.

  • Contacto con un material acorazado diferente en cuanto a su diseño y concepción.

  • Convivencia con unidades que hacen de la tradición un estilo de vida y que saben aprovecharla en beneficio de la propia eficacia. Como ellos afirman: La tradición es munición de guerra."


Household Cavalry
Household Cavalry

FIN